Hemos estado estos días en el sur de Francia. Coche por la mañana, carretera de Burgos y llegamos a Irún. De ahí cruzamos la frontera -ya invisible- hacia Francia. “Cómo tenía que ser cruzar antes”, comentamos. Cómo sería. Llegamos a Hendaya. La arquitectura neovasca se esparce por este pequeño pueblo que saluda desde lo lejos a España. Siempre es emocionante conocer un lugar nuevo. Como cuando abres un cajón, cerrado desde hace mucho, y no sabes lo que te vas a encontrar. Muchos kioscos a lo largo de la playa y logramos encontrar un pequeño restaurante en el que pedimos magret de canard. Y un rosado. Los franceses nos superan, de lejos, en este vino. Hace sol. Nos insisten en abrir la sombrilla. No queremos. El sol nos acaricia la cara y llevamos protección solar.
Lorenzo se va. Cruzamos a Hondarribia en el barco. Arquitectura similar pero por ambiente, parece El Rastro un domingo. Qué cerca estamos y qué distintos somos. Los vascos apuran los últimos rayos de sol con un helado cerca del paseo marítimo. La calle San Pedro parece el Lunes del Pescaíto, todos con una copa de vino en la mano. La alegría se palpa en ese jueves primaveral de altas temperaturas. Un vino en la parte antigua de la ciudad. Otro con un pincho de tortilla en Rafael. Conseguimos mesa en la icónica Hermandad de Pescadores. Nos quitan un plato, que hemos pedido mucho. Viajar así es un placer. Disfrutar del último cogote de merluza, una botella de rosado -esta vez Unzu, navarro- y que te insistan en que hay que pedir menos. Elegir algo que te haga feliz y tener cerca a alguien que te indique cuando te has equivocado.
Llegamos a Biarritz. Fui un par de horas hace muchos años y sabía que tenía que volver. Lo hicimos. Francia nos supera en vino rosado y en arquitectura y en je ne sais quoi. Esa ciudad de aire aristocrático al borde del mar quita el sentío. No me extraña que Hemingway, Cocteau o Coco Chanel vinieran a pasar unos días. La elegancia se respira en cada esquina. Comemos una crepe, paseamos por el sol y por la tarde, Carlos Biarritz. Otro rosado en la mano y veo el paisaje. No está enfrente, está alrededor: camisas blancas de lino y algodón, zuecos, vaqueros de un azul perfecto, una gorra perfectamente colocada. Una sudadera que me quiero comprar -Armagnac is back-, un capazo de rafia, un moño ligeramente deshecho. La elegancia de los franceses está en su forma de vestir, en la apariencia. En la fachada de sus edificios y en sus looks. Me gusta la estética. Que no es apariencia, la estética es pura filosofía.
Le decía a una amiga que en Biarritz me sentía en mi salsa. No solo por la belleza patente en cada rincón. También porque viajando es cómo mejor me siento. Me topé con un atardecer en filtro azafrán mientras caía la lluvia y me pareció uno de los mejores espectáculos que he visto en mucho tiempo. Y lo disfruté como si hubiera visto el concierto de Montserrat Caballé en las Olimpiadas en directo. Tengo la virtud de asombrarme en un pequeño pueblo del sur de Francia y en el centro de Cartagena de Indias. De un atardecer en el Nilo, en El Cairo… y de un pequeño paseo por Guetháry. He disfrutado de un paso de Semana Santa en Málaga y de un vino en Biarritz y ambos eventos me parecen cosas asombrosas.
El mundo es increíble. Bello. Epatante. Un museo en abierto. Y gratis. Me vuelvo a ir esta semana de viaje, por trabajo, pero ya quiero mirar el mapa para coger la maleta y escaparme a otro lugar. Ya lo decía Diana Vreeland: ‘the eye has to travel’. Ahora me apetece hacerlo de forma literal. Brindemos, con rosé, por ello. Me he traído una botella de Francia. La tengo en la nevera. Después abro Skyscanner. Viajar es un placer. Aunque sea a la esquina.
Biarritz, hace muchos años.
Para que hables en el próximo Guateque…
La serie: Ayer acabamos la tercera temporada de The White Lotus. No voy a hacer spoilers. Solo digo que por el vestuario de la serie merece la pena verla. Yo quiero el armario de Jaclyn, Kate y Laurie. Y esos paisajes, ese hotel… Nada superará la segunda -Sicilia, claro- pero la belleza de Tailandia no ha estado nada mal.
El libro: Me han regalado Entrevista con la historia de Oriana Fallaci. Mix de regalo de cumpleaños y Sant Jordi. Muchas ganas de leerlo, descubrí la figura de la periodista en la carrera y un antiguo compañero, que estaba viendo su serie, me escribió hace no demasiado comentando que se había acordado de mí.
El restaurante: Un par de recomendaciones de Biarritz: Les Contrabandiers, el Bar Jean, Petite Cookie para una galleta y unas ostras en Les Halles. Nos quedamos con ganas de Chez Albert, un clásico para pescado.
Ah, y si te gustan mis asesorías de invitadas, te recuerdo que he lanzado una tienda online con todos mis servicios. Que por cierto, los franceses visten genial, pero no saben hacerlo cuando se visten de invitada. Por cierto, echo de menos los comentarios. Coméntame qué piensas por aquí. Y a ver si llegamos a mil suscriptores. Comparte con quien quieras y hazme feliz.
Oriana Fallaci es un acierto seguro. Cuando te lo termines, súper recomendable “Tan adorables”