Otoño
Me hice fan del otoño después de los meses de confinamiento, cuando me dedicaba las tardes a ver cómo volaban las nubes con mis pies fuera de la ventana. Quemé a Debussy —en vez de a Vivaldi— en mi Spotify. Creo que estar un tiempo en pausa estiró mi sensibilidad. Yo siempre he visto todo con los ojos bien abiertos, pero ese limbo extraño que vivimos hizo que observara la vida con un filtro diferente. Sepia, en el caso del otoño, aunque eso lo lleva consigo la naturaleza. En el noviembre de 2020 mis amigas y yo nos escapamos a El Pardo a comer y nos hicimos mil fotos jugando con las hojas. Volvimos a nuestros cinco años, fue como si viéramos la nieve por primera vez. Nos reímos demasiado. Después de tantos meses encerrados cualquier cosa especial que sucedía en nuestra vida… Era un regalo. Bueno, es que nos dimos cuenta de que la libertad, que la vida —que frase tan manida pero certera—, es un regalo.
Me hice más fan del otoño cuando el año pasado, por estas fechas, hice un magnífico viaje de trabajo al Six Senses Douro Valley, en el valle del río Duero. Ver los viñedos teñidos del color del atardecer, es una imagen que guardaré siempre en mi memoria. Rozar el otoño con mis manos, desde la habitación del hotel, fue un lujo. Ha sido uno de los viajes más especiales que he hecho nunca, y estoy segura de que con los vibrantes colores del verano, no hubiera sido lo mismo.
De hecho, estando allí, descubrí un poema de Fernando Pessoa que hablaba de esta estación, un tanto nostálgica. Los últimos versos son así…
Y por fin el otoño menguaba, a frío y ceniciento. Era un otoño de invierno el que venía ahora, un polvo vuelto del todo barro, pero al mismo tiempo, algo de lo que el frío del invierno trae de bueno: verano riguroso terminado, primavera por llegar, otoño definiéndose en invierno, en fin. Y en el aire alto, por donde los tonos empañados ya no recordaban ni calor ni tristeza, todo era propicio a la noche y a la meditación indefinida.
Así era todo para mí antes de pensarlo. Hoy si lo escribo es porque lo recuerdo. El otoño que tengo es el que he perdido.
Pero veamos el bright side de las cosas —como me ha dicho Mr. A esta mañana —. El otoño es dorado, el otoño es jazz, es una chimenea chis-po-rro-te-ante. Es una vela encendida, es un libro que se abre después de no hacerlo en todo el verano, es una tarde tranquila en casa —y no sentirme mal por ello. Son jerséis de cashmere y caldito de Lhardy. Es ponerse el pijama a las 20h, son cenas en casa con amigos al calor de la amistad, es un viaje soñado a Escocia, es una tarde imaginaria junto a una chimenea que no existe. Y reírte por ello.
Es la vida en color sepia. ¿Será por eso que me gusta todo lo vintage? Mr. A me dijo que si yo fuera una estación sería el verano, pero creo que igual que todos necesitamos un poco de sur para poder ver el norte, también necesitamos unas dosis de otoño, para bajar las revoluciones, vivir al ritmo lento al que caen las hojas de los árboles… Y después, acelerar y volver a disfrutar del verano.
Ayer me vestí en tonos beige y amarillos y me puse un abrigo burdeos. No me encajó la combinación en la cabeza hasta que me vi en el espejo. Me había vestido de los colores otoñales de los árboles de la plaza de Chamberí. Y no podía gustarme más.
El jardín y los viñedos de Six Senses Douro Valley…
Para que hables en el próximo Guateque…
El descubrimiento: hay una vela de Diptyque que huele a café, a chocolate calentito y a chimenea. Hay una vela de Diptyque que huele a otoño y se llama Étincelles.
El restaurante: Este fin de semana he ido dos veces a Hermanos Vinagre, en la madrileña calle del Cardenal Cisneros, y he descubierto los mejores mejillones en escabeche de mi vida. También me he hecho muy fan de su bocadillo de calamares, la verdad.
La canción: Otoño me suena a jazz… Pero también a alguna canción de Billie Holiday, como ‘As Time goes by’. Cómo pasa el tiempo… ¿Verdad? Es un pensamiento muy recurrente cuando nos damos cuenta de que ya está aquí, casi, casi, el invierno.
(Porque ya sabes que en los guateques se hablan de muchas cosas).