El lunes me puse a bucear en la estantería de los libros. He leído casi todos los que hay, porque ésta se ha ido llenando con el tiempo, de letras y de polvo. Me encuentro una sorpresa… como quien desentierra un tesoro. Asesinato en Mesopotamia, de Agatha Christie, me acompaña a la cama. Debí de cogerlo en algún momento de casa de mis padres y allí se quedó, entre los libros de Milena Busquets y algún recurso periodístico. Leo las primeras cien páginas y encuentro un billete de avión. Madrid-Damasco. Y estaba a mi nombre.
Estuvimos en Siria en 2009, y supongo, quise volver a aquellos lares con este libro. Ese año fue demasiado especial y está plagado de recuerdos viajeros. Cumplí 17 en mitad de un crucero en el Nilo. Cogimos un avión, bien temprano, a Abu Simbel y allí celebré mis casi 18. Egipto ha sido uno de los viajes de mi vida. Tengo guardado en la nariz el olor de las pirámides al bajar -bien agachados, como si pasáramos por debajo de la puerta pequeña de Imaginarium- o la impresión que me dio la belleza de la tumba de Tutankamón. En Luxor recuerdo un vahído. Ahora pienso si fue el Síndrome de Stendhal al adentrarme en un templo. En el hall de nuestro hotel, el Sofitel, siempre nos recibía una mujer tocando el piano. Recuerdo estar tarareando Somewhere over the rainbow mientras esperábamos en el sofá.
La tarde más especial comenzó con la llamada a la oración. Recuerdo salir a la terraza de mi habitación, que se encontraba en los pisos altos de la torre. No salí al encuentro con mi príncipe, cual doncella atrapada, mi cita era con un atardecer en el Nilo mientras los ecos de las voces desde los minaretes resonaban por todo El Cairo. Como una melodía a dos voces. Una faluca navegaba al compás de las oraciones, tiñéndose poco a poco de sepia. Esa noche, que cenamos en el hotel, teníamos a Omar Sharif en la mesa de al lado. No sé si mi padre llevaba una camisa de su tienda que elegí yo… un día que le acompañé a ese precioso local que tenía en la calle Alcalá con Villanueva. Mi padre fue uno de sus más fieles clientes.
Eso fue en abril. En noviembre pusimos rumbo a Siria. Me llevo que vi cosas que ya no existen. Imborrable el recuerdo al llegar a Damasco, y descubrir su zoco, y los escaparates llenos de color por la ropa interior roja de las mujeres. Del techo color carbón se abrían túneles de luz de las balas de tiempos anteriores. Nadie sabía lo que pasaría poco tiempo después. Imposible no sentirse pequeña en la Mezquita de los Omeyas. Sentí que formaba parte de la historia cuando caminamos por la Via Dolorosa. Luces verdes de las mezquitas se iban encendiendo a la vez que las azules de las iglesias. Ambos destellos, que iban tiñendo el horizonte, convivían en armonía. Me hice muchas preguntas frente a la columna de Simeón el Estilita y recuerdo las piedras bajo mis pies en las ruinas de Serjilla. Ver el Crac de los Caballeros ante mis ojos me hizo viajar en el tiempo… a la época de las cruzadas. Guardo esa postal de papel en mi mente y si supiera dibujar, podría replicarlo con todo lujo de detalles.
Alepo me dejó una sensación increíble… pero lo que no olvido fue pasear de noche, con una linterna, por las ruinas de Palmira. Mi padre, que de aventurero tiene poco pero su profesión de arquitecto hizo que aparcara sus posibles miedos, nos cogió a oscuras para que diéramos uno de los paseos más especiales de nuestra vida. Imagínate. En mitad del desierto. No había nadie. Como Indiana Jones. Que me recitaran el Padrenuestro en arameo, ese pastel con salsa de granada que saboreo en la mente de vez en cuando, las sonrisas ajenas de los sirios, las historias de nuestro guía… Volver a esas páginas de Agatha Christie me volvió a llenar de arena del desierto los pies.
Qué afortunada me siento de haber tenido esas experiencias, de haber llenado los álbumes de la memoria de viajes que bien podría encontrar en las novelas de la escritora británica. Guardo esos momentos como esos libros llenos de polvo de la estantería… Y sonrío, como los sirios -los que me crucé allí-, al comprobar que aún tengo recuerdo de aquellas cosas. Me quedan pocas páginas de Agatha Christie. Por cierto, en Alepo estuvimos en el Hotel Baron. Abierto en 1911, era el mejor alojamiento de la ciudad y el más antiguo de todos. En él se quedaron personalidades como Lawrence de Arabia o nuestra dramaturga inglesa. Se cierra el círculo.
Agatha Christie, en algún yacimiento en Siria o Iraq.
PD. Tras el estallido de la guerra de Siria, y cuando trabajaba en la sección de Internacional de COPE, investigué mucho y di con nuestro guía. Le hice un reportaje que se emitió por la radio. Me contó que estaba en Barcelona, trabajando en un local de cachimbas. Pronto se reuniría con su familia en Alemania. Creo que así fue.
Para que hables en el próximo Guateque…
El libro: Asesinato en Mesopotamia, de Agatha Christie, por supuesto. Escribo estas líneas desde Madrid pero en estos momentos -cuando estés leyendo tú- estoy en Italia, con otro libro bajo el brazo. Os cuento a la vuelta.
La frase: Es del libro que estaba leyendo en el momento de la newsletter: “La vida es una guerra, no una fiesta campestre”. A veces sí, por desgracia.
El viaje: No hay duda. Tenéis que ir a ver las pirámides, viajar a Egipto, pisar El Cairo… al menos, una vez en vuestra vida. Y algún día, a Siria, también.
Estoy en mi camino de llegar a 1.000 suscriptores, a ver si lo logramos antes de verano. Por cierto, entre newsletter y newsletter me puedes escribir y puedo también ayudarte con las asesorías de estilo que realizo. Un día os cuento más. Mientras tanto, sigo disfrutando de mi último día en Italia.