He comido pocas veces sola. Es un ritual disfrutado por muchos y que a mí me genera ansiedad. Como los nervios antes de un examen. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que lo he hecho. Y siempre por trabajo. Me aburre pedirme un plato. Me abruma quedarme sola. Siempre imagino qué pensarán de mí los de mi alrededor. Me genero problemas que no existen. ¿Quién va a prestarme atención?
La primera comida así fue en Nueva York. Volé hasta la Gran Manzana para entrevistar a Tommy Hilfiger para la revista Elle y pedí que me cambiaran el vuelo para disfrutar de un día en la ciudad. Tuvieron que empujarme a hacerlo, como quien anima a un niño a tirarse por el tobogán, porque mi sola presencia conmigo misma me resultaba un experimento extraño. Era Halloween y escribí a unos conocidos que estaban allí de viaje para unirme a su plan. Fui a una tienda cerca del Madison Square Garden y compré algo sencillo y eficaz: unos cuernos de diabla. Recuerdo que fuimos primero a tomar unas copas a un piso en Chinatown y después cogimos un barco porque la fiesta era en el río Hudson. Mi compañero esa noche fue un chico que ahora es el Dj más famoso de Madrid. Agradecí la compañía y que el taxi de ese grupo me dejara en casa.
Ese mismo día fue mi primer enfrentamiento con Manhattan. Mi tercera cita con la ciudad pero esta vez éramos ella y yo solas. Decidí irme a lo fácil, y me tomé una hamburguesa con vistas a la nueva sede del periódico New York Times (a ver si también manifestaba algo). En una de esas barritas de madera del Shake Shack de la 8th, me comí mi hamburguesa con ketchup y en silencio. Hubo un momento de pánico al ver que tenía que dejar mis cosas solas para coger una servilleta. Una señora y su hija se apiadaron de mí.
Al día siguiente puse rumbo a Little Italy. No había mucho que pensar. Un restaurante italiano que me mostrara confianza y vamos dentro. Era nuestra segunda cita juntas, Nueva York y yo. Tocaba elegir algo más sofisticado… Pero mi triste sueldo de periodista de 26 años no daba para mucho más -me gasté el dinero del artículo en mi noche de hotel-. El camarero notó al instante que era la primera vez que pedía mesa para uno. Me sentó y no paró de preguntarme hasta que llegó un humeante plato de espaguetis con meatballs. Oferta del día. Me pareció tierno. En la maleta, además de unos Levi’s de hombre y otros de Uniqlo, me llevé unas sensaciones que fueron inspiración para este artículo en Condé Nast Traveler.
El otro día, en la barra de Richelieu, una señora disfrutaba de su cena. Richelieu, para quien no lo conozca, es el lugar en el que los señores del barrio de Chamberí se dan cita. Su nombre se inspira en una cafetería de París y uno de sus primeros dueños fue amigo de Coco Chanel y Balenciaga. Pides tu cerveza, tu vino o tu dirty Martini, y tu mesa se convierte en una fiesta de cumpleaños infantil: platitos de croquetas, patatas fritas, cacahuetes o aceitunas se unen a la celebración. A veces te ponen sándwiches. Te tratan bien, te saludan por tu nombre. Por eso hay mucho parroquiano. “He pedido rabas porque el pulpo era demasiado solo para mí”, dijo la señora al gentil camarero. Yo la observaba por el rabillo del ojo mientras pasaba las páginas del periódico. Me dio envidia. La noté cómoda consigo misma. Yo, por supuesto, no estaba sola.
En los viajes de trabajo, e incluso en el día a día, necesito unos minutos para aislarme. El otro día escuchaba un podcast en el que hablaba la escritora María Negroni y puso de ejemplo a Salinger, que tenía un búnker en el jardín para escribir. No llego a ese extremo, pero a veces necesito silencio -no del todo, porque siempre suena la radio o en este caso, un podcast- para concentrarme en lo que hago, y en mí misma. Soy una persona introvertida.
Así que… Defiendo la idea de que hay que ser como la señora del Richelieu -con su favorecedor conjunto malva-, que aun no habiendo pedido el pulpo, saboreaba su Nestea, sus rabas y el ajetreo de la barra. Que no hay mayor compañía que la nuestra, que aplaudo a quien es capaz de ir al cine solo… O incluso a Noor, como mi amiga Julia, que disfruta de comidas en grandes proyectos gastronómicos en su mesa para uno. No va sola, va con ella. No sé si me explico.
Aún no he hecho el experimento de ir al cine ni lo de comer, solo he podido con un café, pero creo que la próxima vez pensaré en esa señora. No hay que aislarse de todo en un búnker para disfrutar de no estar con nadie. Me parece mejor plan, y lo es, una comida para uno con una copa de vino en la mano. O un sencillo iced latte. Decía F.Scott Fitzgerald en The Great Gatsby: “Se necesitan dos para que haya un accidente”. Pues eso, en una barra o en una mesa para uno, ¿qué acontecimiento terrible puede pasar?
James Bond siempre iba a solo… Pero acababa teniendo compañía en la mesa. Esta foto es en el Taj Lake Palace Hotel de Udaipur, uno de los palacios del Maharana Jagat Singh II de Mewar en la ciudad.
Para que hables en el próximo Guateque…
El bar: Por supuesto os tengo que recomendar el Richelieu. Añado el artículo porque es lo suyo. No vayas a cenar o a comer, pídete un vino o una cerveza y que te mimen los camareros.
La película: El otro día en Telemadrid pusieron Octopussy, de cuando Roger Moore era James Bond. El Udaipur del 83 es exactamente igual al del 2024 y siempre me hace ilusión volver a mi viaje a La India.
La exposición: En el Muelle de Baterías de A Coruña la MOP Foundation ha organizado una exposición en honor al fotógrafo David Bailey. Es una pena, porque solo va a estar disponible en verano y yo me la voy a perder. Si vas, nada me haría más ilusión que una foto de un retrato genial que tiene de Diana Vreeland. Y si hay una camiseta de la expo y es mucho pedir… Prometo bizum.
¿Viajas solo? ¿Vas a comer solo? ¿Estoy loca? ¿Cuáles son tus experiencias? Me encantará leer comentarios o emails. Nos leemos la próxima semana.
PD: Sigo dejando mis servicios de estilismo para invitadas aquí. Alguien me preguntó por ellos.
Hola, Paloma! Me ha gustado mucho el artículo. Como tú, admiro a la gente que es capaz de ir a comer/ cenar sola y estar tan agusto. Creo que todo va tan rápido y estamos tan poco acostumbras a estar solas con nosotras mismas, que en cuanto tenemos un rato a solas no lo soportamos ( que pena, no?) Por más ratitos con nosotras mismas y que, cuando lleguemos a la edad de la señora de malva, nos veamos tan agusto como ella 🤍🥂