Mi amiga Alba me ha pasado una fotografía. Es una imagen en la que aparece una casa. En el perfil de Instagram preguntan a sus seguidores que dónde se encuentra. Yo respondo, sin comentarlo, que en Huelva. Porque esa casa de 1923 fue el antiguo consulado de Noruega. Pero sobre todo, casa de mi familia y posteriormente el colegio de mi abuela. Una de las sedes. La otra está en lo más alto del Conquero, y si no me falla la memoria, era una antigua granja que -creo- compró a unos ingleses. La casa es preciosa. Es del arquitecto José María Pérez Carasa, del movimiento racionalista. Fue arquitecto municipal en la ciudad y ha hecho otros edificios honorables en Huelva. Y este edificio, solo hay que ver la imagen, es precioso. Yo recuerdo una enorme bota en la entrada. ¿Y quizá pintura verde en las paredes…? Pero no recuerdo mucho más.
Eso sí. Cuando yo pisé esa casa por primera vez ya era la primera sede del colegio Montessori. Y esto es lo realmente importante. Porque mi abuela, Cinta Almoguera, fundó ese colegio con 30 años de edad y cuatro hijos en el mundo. Un hito en la ciudad porque fue el primer jardín de infancia de Huelva. Y encima era mixto. Montessori, un método que está ahora tan de moda, mi abuela lo hizo suyo hace más de 50 años. En una época en la que para firmar necesitabas autorización del marido y en la que mi abuela, con una furgoneta, iba a recogiendo a los niños. Mi abuela, que tuvo una vida de libro -siempre me dijo que debería escribir su historia- tuvo una infancia sin su padre, aunque Ricardo y Maruja tuvieron un amor de película. Mi bisabuela, que cruzó escondida en el estrecho de Gibraltar en un barco -huyendo de Larache a la península-, fue una mujer que me habría encantado conocer. Porque el amor que tuvo por su marido, ya lo contaré otro día, es comparable al amor que mi abuela sintió por la educación.
Y estos días que estamos reivindicando a grandes mujeres, yo debería ensalzar más a mi abuela, que incluso conocen en el Departamento de Educación de la Generalitat de Catalunya como un referente en el campo de la educación. Querida Mireia, gracias por darme la inspiración para esta newsletter. Hoy no hablo sobre mí, ni hago listas. Hoy cuento un trocito de una mujer inspiradora que no solo ha sido relevante en Huelva… Me hace ilusión que en la otra punta del país se la conozca. Y ahora por aquí.
Entre sus grandes hitos creó una Semana Cultural en el colegio, acercando a sus alumnos referencias como Gloria Fuertes. La trajo hasta Huelva. Hizo de la música una asignatura igual de importante que las matemáticas -casi todos sus nietos tocamos algún instrumento por ella- y nos enseñó a toda la familia que las mujeres podíamos llegar donde nos diera la gana. Estuvo en Londres y en París por su trabajo. E incluso en Argentina o México, porque fue una de las fundadoras del I Congreso de Mujeres Iberoamericanas. Yo me acuerdo mucho de la faceta de abuela de Doña Cinta, como la conocen. No tanto de empresaria. Y de esos años me viene a la cabeza mi abuela con sus tacones, y eso que era alta para su época, cargando con su maleta y su caja de gambas en el tren, bebiendo Mateus en las celebraciones veraniegas y señalando el horizonte del Atlántico diciendo que por ahí habían pasado las carabelas de Colón.
También recuerdo las reuniones de los profesores en la casa de la playa los últimos días de agosto, sus pañuelos oliendo a perfume de Dior, y después a Chanel nº5, y los vestidos mexicanos de las jornadas estivales. Recuerdo poco de la faceta de mi abuela de mujer empresaria, como directora de colegio, pero ahora soy consciente de todo lo que fue. Me la imagino comprando ese Consulado de Noruega, soñando con una escuela infantil con un método nuevo en un mundo donde había piedras a cada paso. Y sin embargo, ir por la calle Concepción de su mano significaba parar cada dos por tres, porque ese amor por enseñar -lo hizo hasta después de jubilada, con más de 70 años- hizo que la quisiera todo el mundo. El amor era recíproco. Las piedras de la época se las retiraban sus alumnos a cada paso.
La verdad, siempre digo que las cosas ahora son difíciles pero echar la vista atrás a la Huelva de los años 60 si que eran tiempos más complicados. No me extraña que siguieran llamando a mi abuela Doña Cinta toda la vida. Ese doña le daba una superioridad moral que bien se merecía. (El link es un artículo en el que se habla de su vida).
Buscamos la inspiración en grandes mujeres que después acaban en un listado de ejemplos a seguir en los medios generalistas -mujeres que lideran bancos, mujeres con dinero, mujeres que son CEOS de empresas que no puedo explicar-… Y yo tengo a una mujer a la que admirar en casa. Ni tengo que mirar la lista Forbes. Quizá deberíamos mirar más a nuestro alrededor, porque la inspiración siempre está más cerca de lo que pensamos. Y sobre todo, demos gracias por las mujeres que lucharon y consiguieron que estemos aquí. A ellas se lo debemos todo.
Seguro que tienes a una Doña Cinta Almoguera Castillo cerca.
Colegio Montessori, el primer edificio que compró mi abuela. Por Huelva Secreta.
Para que hables en el próximo Guateque…
La canción: Entré en mi boda con Granada, de Albéniz. Y lo hice porque era una de las canciones que mi abuela tocaba al piano. Es la canción de hoy.
El documental: Este fin de semana he visto Auge y Caída de John Galliano, en Filmin. Me ha hecho reflexionar.
El libro: Me lo ha recomendado Mireia, la seguidora que me ha comentado que conocía a mi abuela y me ha dicho: “si escribes un post sobre tu abuela, avísame”. Eso he hecho El libro que está leyendo es Brillantes y olvidadas, las mujeres del 27, de Giselfust.
Por cierto, que no se te olvide que puedes comprar mis asesorías de invitadas.
Qué mujer más inspiradora y qué brillante historia. Tendemos a mirar hacia afuera cuando, por lo general, a los lados solemos tener a mujeres extraordinarias que nos van dejando su legado. Gracias por compartir, Paloma.
Es increíble como a veces conociendo a los padres o los abuelos de las personas empieza a cuadrar todo... Ahora entiendo una parte de que seas una mujer tan maravillosa. Y no te saco mérito por ello, sino que admiro mucho la herencia intangible que nos van dejando los nuestros. Qué orgullo de abuela, Paloma. Presume mucho. ❤️