Me gustaría tener en un futuro un escritorio antiguo con una gran pantalla Mac para trabajar. Ojalá con vistas bonitas. Con que entre una buena la luz y haya hueco para velas y un flexo vintage… me conformo. Tener un pequeño despacho es algo que me hace ilusión. También me ilusiona una casita con un patio, para llenarlo de velas y luces y hacer cenas con amigos. Quien me conoce sabe que me gusta hacer de anfitriona. Ya en la universidad no faltaban los amigos cada viernes en casa de mis padres. Comprar flores, enfriar el vino, poner la mesa bonita. El año pasado uno de mis regalos de Reyes fue una vajilla de La Cartuja. También pedí una de Duralex, pero me he enterado que cierra la fábrica, a ver si tengo suerte. Por eso me gustan las mesas que veo en los restaurantes, hago captura de las vajillas y los manteles. Me gustan las ideas que dan en las bodas. O en las cenas de prensa. Colocar bien los cubiertos… Me gusta sentirme como las anfitrionas de las primeras páginas de ¡Hola!, que posan con vestidos de alta costura en sus mansiones. Mi casa es pequeña pero trato de trasmitir esa sensación de calidez. Por eso solo tenemos despacho para uno y el mío es un proyecto por cumplir.
Me hace gracia pensar como los sueños y los anhelos se transforman con el paso del tiempo y los tiempos convulsos. Ya no sueño con una casa grande, porque con tener algun día una casa, me conformo. Quiero un pequeño despachito donde poder inspirarme y un hueco para mi taza de café. No sé si es porque el mundo es cada vez más raro y ya se acabó eso de soñar a lo grande. La vida -y todo lo que ha sucedido y sucede- nos ha enseñado a anhelar en pequeñito, porque siempre es más fácil de conseguir. Pero, ¿qué pasa si no lo conseguimos? Mi amigo Felipe, en una cena que hice el sábado en casa, nos decía que según el budismo: “la felicidad es la ausencia de sufrimiento”. Y sufrir es anhelar aquello que no tenemos. Un escritorio de madera que nos falta. Unas vacaciones que no tenemos. Entonces, ¿cómo somos felices si lo que pensamos que lo que nos va a llenar el corazón… es en realidad lo que nos provoca tormento?
Seguiré queriendo otra vajilla para seguir recibiendo a gente en casa, pero seré agradecida por tener un salón -y unos platos de IKEA- donde puedan caber unos cuantos. Seguiré poniendo mi mesa bonita hasta tener un despacho, porque tengo la suerte de poder trabajar en la mesa de comedor todas las mañanas. Creo que la clave está en no perder el espíritu soñador, siendo agradecido con lo que nos aporta la vida, aunque a veces cueste. El otro día hice un taller floral en el nuevo estudio de Sally Hambleton y visualicé, por un momento, esa casita en la que me gustaría vivir algún día. La mesa en la que hice mi ramo se parece a la que me gustaría tener en mi despacho. Me he dado cuenta de que visualizar mis sueños en la mente también me pellizca ligeramente el corazón. Que nuestros proyectos se cumplan en nuestra cabeza me da la esperanza de que la vida siempre puede sorprendernos. Como la poesía de Gloria Fuertes que dice así:
Me dijeron:
O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí, a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
No me convence del todo ninguna teoría. No sé si pensar en lo que me hace feliz me provoca sufrimiento por no tenerlo. No sé es si bueno soñar y anhelar, en pequeño o en grande. El tamaño no importa. No sé si es mejor no cerrar los ojos. Pero me da la sensación, si tenemos un poco de esperanza, que a su debido tiempo, como decía Gloria Fuertes -a la que mi abuela conoció-, brotarán las amapolas.
Se me viene a la cabeza la primera pregunta del cuestionario Proust que hace Javier Aznar en su podcast: “¿Cuál es tu momento de felicidad perfecto?”. No negaré que alguna vez me he imaginado a mí misma respondiendo a esa pregunta. Y aunque no tenerlo a veces me produzca tristeza, cuándo se cumple, la felicidad dura un par de días. Un vino con la gente que quiero. Si es cerca del mar, puntúa doble. El abrazo de por la noche. El café de por las mañanas… Y podría seguir, claro. Mientras tenga eso de vez en cuando, que venga el futuro que quiera. Pero si puedo escribir esta newsletter en el escritorio en el que me encantaría… Pues mejor. Y habrá un jarrón con amapolas.
Las flores de Sally Hambleton, no son amapolas, pero…
Para que hables en el próximo Guateque…
El restaurante: el viernes tuve la suerte -por trabajo- de ir a Ikigai, el de Flor Baja, y probé la nueva carta. Llegué tardísimo, y el sentirme mal por la tardanza no me permitió disfrutar del todo… Pero puedo decir que tuve un ratito de felicidad en una de las mejores comidas en mucho tiempo.
El artículo: Me hace mucha, mucha, mucha ilusión publicar de nuevo en Condé Nast Traveler, así que, os dejo mi artículo para que os deis un paseo de lunes por el madrileño barrio de Almagro. La felicidad también es esto.
La canción: Las canciones que suenan en repetición en Instagram las acabo aborreciendo. Hay una que ha creado un efecto completamente contrario en mí. Cuando la escucho, es como si brotaran amapolas de mis oídos… Si me veis caminando raro por la calle, es que la estoy escuchando y siento que estoy en videoclip. Es la versión de ‘Calm Down’ con Selena Gomez.
(Porque ya sabes que en los guateques se hablan de muchas cosas).
Sueña Paloma, sueña a lo grande que la vida ya hará sus recortes. Pero tus sueños so tuyos, nada ni nadie podrá quitártelos. Y sigue así